febrero 12, 2009

Un poco de arte literario

La cosa es un cuento escrito por Cecilia Fresco, que fue publicado en el libro Estación 13, Cuentos del fondo. Este libro fue publicado por la Dirección de Cultura del Municipio de General Roca, y contiene cuentos que reflejan la vida en nuestra ciudad.

La cosa
Era como vivir en el corazón de la ciudad.
Me habían dado tres habitaciones: cocina, comedor y dormitorio.
Al fondo del comedor estaba la puerta del pasillo que va más allá, este pasillo de cartones y escombros que no tiene fin y nadie necesita recorrer.
Yo no tenia que mirar la puerta y eso bastaba. Mis paredes eran de cemento gris, la cocina en buen estado. Todo luminoso y antiguo.
Nadie me veía de afuera pero yo podía ver a los que pasaban, casi siempre turistas o fotógrafos con perros.
Ayer (por decir una fecha), antes de que esto sucediera, llegue feliz de afuera con una bolsa en cada mano. Dejé todo sobre la mesada, mire por la ventana y ahí estaban. Tres sobretodos livianos, impermeables pero opacos, tres tonos distintos de beige, tres pares de anteojos ligeramente policiales.
No me inquietaron, no había de que inquietarse y su aspecto pulcro simplemente parecía el de tres políticos o tres abogados. Iban muy juntos bajando la mirada y, como nadie me podía ver, no me vieron observarlos.
Er el mediodía, esa hora que aun guarda mi corazón como el momento radiante de abandonar la escuela y a partir del encuentro del almuerzo, de los churrascos con ensalada.
Puse agua para los fideos y me senté a leer algo esperando el hervor. La puerta fue inútil del pasillo no me importaba todavía, era una simple placa pintada de esmalte o al aceite con una extraña marca un poco más arriba del centro. Era un buen día, un día de paz y sin gente, pero no es todo alegría en la vida jubilada: al levantarme a poner sal miré la ventana y otra vez los vi, todavía parados frente a mi ventana.
Ahí hicieron, de manera casi imperceptible, casi debajo de los impermeables, ocultos en los anteojos negros, exactamente junto a mi ventana, ejecutaron esa cosa.
Debí gritar: no lo hice.
Llamar por teléfono para denunciarlos: no tenía teléfono.
Golpear el vidrio para que pararan: tuve miedo, no me podían ver pero sí oír.
Los primeros cinco minutos estuve mirando: el horror es tan ineludible, tentador a la vista, pero más fuerte es el miedo y esa cosa es tan interesante como aterradora.
Debí agacharme, cerrar los ojos. Debí encender el televisor, disimular, esconderme en el baño, debí gritar pero no hice nada, los siguientes cinco minutos continúe inmóvil: mirando.
Pasaron muchos cinco minutos, no puedo precisar cuantos ahora que permanezco acá en lo oscuro. Pienso en todo lo que podría haber hecho en ese momento fatal, pero esa cosa que hicieron tuvo el poder de enmudecerme, tuvo el poder de recordarme que vivía junto a la puerta del pasillo, la puerta en desuso, la de la extraña marca.
Cuando logre deshacer mi inmovilidad me saque los zapatos y al amparo del silencio de mis medias gruesas caminé hasta la puerta y abrí el picaporte ubicado bajo la señal.
Hice todo lentamente, con mucho cuidado, teniendo miedo como por primera vez, temiendo tanto que olvide apagar la hornalla, el fuego encendido bajo la olla.
Supongo que la cosa que hicieron debe seguir tirada frente a mi ventana, como una criatura atroz abandonada sin canasta ni mantilla.
Yo no puedo adoptarla, no puedo salir ni decir nada.
Nada se alcanza a ver en este pasillo, las ventanas son tan altas que no es posible asomarse como en mi cocina, la luz que filtra es sucia, es luz muerta. No dan al corazón de la cuidad, parece que dieran a los patios de atrás, los de las casas sin nombre como la que dejaron frente a mi ventana.
Si la hornalla encendida provocó algo no lo se, intuyo que todo estará ahora en poder de los bomberos.
Cecilia Fresco


Texto: Marianela Vergara
Cuento: Cecilia Fresco

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