Lo hallamos un sábado, después de un almuerzo, en casa de unos amigos. Era una siesta clara, blandísima, y él estaba manso, aburrido, casi exhausto, frente a una plaza en el centro. Sin embargo, prefiero suponerlo en un principio aún más remoto, diez o doce años antes de nuestro primer encuentro, según lo atestiguan sus fechas, durmiendo sobre el mostrador de alguna tienda, distraído, esperando su turno.
Cuantos pares de ojos se habrán posado en el, pienso, habrían sopesado su aspecto (a estas alturas, es solo su aspecto exterior lo que reclama la atención), cuantos pares de manos habrán ajado, hojeado y devuelto (acaso algo desilusionados) a su lugar. Lo cierto es que alguien se apiadó al fin de sus pobres marcas visibles (su lomo de edición barata, sus tapas blandas, sus finas páginas de letra microscópica) y lo adquirió a un precio irrisorio.
No sé cuántas casas lo habrán hospedado en todos esos años, cuantas bibliotecas, pero puedo adivinarlo a partir de las señales que todavía ostenta. Al menos, puedo distinguir tres tipos de letras en sus páginas, en notas más bien sosas, ninguna agrega nada al texto original. Es más, me arriesgaría a afirmar que ninguno de esos tres individuos virtuales superó la primera mitad en su lectura (lectura más bien eferente). Desde ese límite, en adelante, predomina un aroma a virginidad en sus páginas.
Ni ella ni yo fuimos muy distintos de nuestros invisibles predecesores, debo confesarlo. A ella, en realidad, el ejemplar del objeto (llámese mesa, lámpara o libro) le resultaba más bien indiferente. Lo excluyente para ella era la posesión de un ejemplar de cada uno de esos objetos arquetípicos o platónicos. Llenar la casa, ni más ni menos.
Para mi, era más o menos lo mismo, solo que en la dimensión d los libros. Lo había leído(o recordaba haberlo leído) dos veces, a los doce y a los veinte años, sin aburrirme ni entretenerme demasiado. Sé que, íntimamente, me satisfizo más el plan general de la obra (me refiero al plan de acción, a lo estrictamente argumental, a la idea original del libro) que su ardua, a veces hasta torpe, ejecución. En suma, lo había leído, pero no lo tenía.
No se cual de los dos lo vio primero, lo eligió y decidió comprarlo en aquella tienda, en esa mesa de saldos, si ella o yo. Nuestras versiones, aun nuestros recuerdos de aquel día (como tantos recuerdos y versiones nuestras sobre otras tantas circunstancias) difieren demasiado.
El punto en cuestión es que no era suyo ni mío. Era nuestro. Por eso, no me interesa gran cosa quien de los dos lo conserve ahora. A pesar de avernillo hallado hoy en una caja rotulada con mi nombre (mi nombre garabateado con su inconfundible letra) ya no me interesa gran cosa su destino
Por eso, lo estoy quemando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario